Psicoanálisis del chamanismo y la religión

ÆT86-20.8

Nota: esto se supone que tenía que ser una introducción a un psicoanálisis de las grandes religiones, pero tras 6000 palabras, tiene pinta que lo dejo para otro momento.

El origen del impulso religioso en las grandes civilizaciones que conforman la sociedad humana en nuestro planeta se suele discutir desde una perspectiva numinosa, teosófica, individualista, o bien institucional o política, materialista. Sin embargo nunca ha sido común atribuir al abanico de posibles dinámicas intersexuales entre sociedades de adultos la fundamentación de las estructuras básicas de pensamiento religioso en cada cultura, pero esto es lo que vamos a hacer en este texto.

La posición fundamental de un ser humano, dentro de un encuadre pre o ahistórico, es decir, tribal, localista, ajeno a la formalización de las estructuras ideológicas a nivel macrosocial, tiene dos grandes posiciones iniciales según si en el individuo predomina una identidad de género masculina o femenina. En la femenina, la posición es la más básica y banal de todas, no por falta de inteligencia o imaginación, sino por simple falta de necesidad de complicarse la vida.

Una mujer, sobre todo en este estadio tribal pre moderno, suele tender a operar bajo una mentalidad en la que no se arremete a intentar distinguir y distinguirse demasiado entre ella misma y el ambiente en donde su vida está anidada. Su mente anda ocupada e irremediablemente entremezclada en un complejo ejercicio mental de equilibrismo interrelacional, socialización con sus compañeras del poblado, la crianza, la construcción y mantenimiento de un buen orden moral y reputación, tanto para ella, como para su familia inmediata, y para su pequeña nación que le envuelve. Su identidad misma, la óptica desde la cual ella observa el mundo, la base identitaria de la que su alma bebe para sentirse con la legitimidad para dirigir los hilos del destino del entorno que le rodea, no está basada en la supuesta independencia de su mero cuerpo individual hermético, sino también en un análisis de carácter empático y productivo de la matriz social en la que vive.

Esta clase de mujer no tiene problemas morales en actuar en nombre de un cuerpo social simbólico que es mucho más grande que su mero cuerpo físico. Además, en la medida en la que da a luz a hijos, experimenta un desdoblamiento de ego de forma física, ya que ve salir de su propio seno nuevas voluntades que no son ella. Es por eso que la identidad de una mujer tal que así opera bajo unos parámetros mucho menos delimitados y más libres que los de un hombre.

Por otra parte, su ciclo hormonal y menstrual le otorga una experiencia vital ondulante y cíclica, en la cual su ego racional se ve regularmente tambaleado por un proceso circular de recorrido emocional que va de lo alto a lo bajo, de la excitación al aplomo, desde la apertura emocional hasta la desconfianza, etc. Esta ondulación paramétrica que antecede las opiniones y fundamentaciones racionales e ideológicas que conforman la forja de una estructura opinativa enmarcada el entorno inmediato en el que vive, es capaz de ir meciendo y sacudiendo los procesos mentales de reificación, osificación y madurez que todo individuo experimenta. Esto genera inestabilidad, pero también flexibilidad, intuición, pensamiento lateral, y una mayor facilidad para la transformación de paradigmas.

Hoy por hoy no se discute en absoluto lo suficiente, por razones de ideología patriarcal, lo mucho que el temperamento precede a la ideología a nivel individual. Muchas opiniones políticas y culturales de la gente están precedidas en el caso de los hombres por una plantilla temperamental que siempre corre el riesgo de no ser suficientemente autoexaminada. Es una situación clásica en los hombres la atribución de razones racionales como vectores principales de alguna opinión ideológica cuando desde fuera otras personas ven que esa opinión está enraizada en un estado emocional tóxico, que no obstante genera una lógica interna particular válida dentro de esa toxicidad. Una mujer tiene una ayuda exterior aumentada que le permite escapar de esta clase de trampas neuróticas, gracias a la variabilidad temperamental que le produce su ciclo menstrual.

Decía Simone de Beauvoir que una mujer no nace, se hace. Sería mejor decir que eso es irónicamente mucho más aplicable al caso del hombre, no de la mujer. El instinto femenino está mucho más enraizado en la sabiduría codificada en su sistema fisiológico, y orientado a un juicio crítico social que debe aunar sentimientos de atracción romántica con los de repulsión y autosupervivencia, además de la correcta crianza de los hijos que han salido de su propio cuerpo, y de los de sus compañeras de vida. En cambio, la conducta de un hombre es muchísimo más dependiente del contexto donde ese individuo ha nacido. La plantilla conductual de un hombre también tiene unas bases fisiológicas, que responden a la necesidad de abrirse paso en la matriz social donde él vive y hacerse un hueco, hacerse respetar tanto desde una posición de fuerza y miedo, como de cariño y seducción.

Un hombre, ya en una situación tribal primordial, opera bajo una mentalidad mucho más basada en su propia individualidad que no en la identidad y el destino de la tribu. Mientras que una mujer está idealmente enmarcada en una red de crianza y apoyo de muchas mujeres que se ayudan entre sí, creando ciclos virtuosos que se retroalimentan, con lo que ella puede esperar que la aúpen desde fuera cuando esté en un mal momento, un hombre en un contexto tradicional, animal, sabe que encontrará peligro y competición no solamente fuera de su entorno tribal, sino también dentro. Es por eso que él tiende a ser más egocéntrico. De hecho, si no lo hace, acaba siendo usado como peón por otros hombres, ya que es visto como un individuo que ‘regala’ energía sin negociar a cambio.

La identidad, por eso, no es algo que tiende a estar necesariamente enmarcado en un confín material, sino que se expande de forma libre y potencialmente desordenada en la mente de una persona. Si no se doma, la identidad de un individuo puede tender a una sobreidentificación enferma y soberbia con algo más grande de lo que esa persona es capaz de defender y retener. En este sentido, un hombre, cuando va forjando su identidad personal, va oscilando entre su sentido de autosupervivencia y construcción personal como actor singular, y como representante encarnado de un rol institucional, es decir, el de un comandante de un ejército, el de sacerdote de una religión, el de directivo de una empresa.

Decíamos que la construcción de la identidad de género de hombre y de su comportamiento moral es muchísimo más dependiente del contexto que el de una hembra, y esto ocurre incluso con los animales. Vemos en los pájaros tropicales, que son unos animales que escaparon en su momento de la depredación gracias a su ágil capacidad de vuelo, y que viven en entornos con enormes fuentes de comida, que los machos son seleccionados por las hembras por cualidades genéticas relacionadas con virtudes estéticas. En cambio, en especies felinas, depredadoras, todo macho ha de demostrar furia y superioridad si quiere acceder a la cópula. En las comunidades humanas, en las tribus urbanas, en las castas, en las selvas, etc. todo hombre no nace con un entendimiento intuitivo de cómo comportarse de forma correcta en tanto que hombre con voluntad sexual, sino que cada individuo debe aprender, usar, y si es alguien excepcional, reformular las categorías morales y conductuales que le entrega su entorno inmediato cuando nace.

Retomando a Beauvoir, la identidad de género de una mujer se construye, no como miembro de su especie, sino en la medida que quiere (o que es forzada) en entrar en la construcción ideológica artificial divisada y planificada por los hombres, que incluye una fantasía conceptual que trata de imaginar y comprender el modus operandi de la conducta femenina. Si esta fantasía se vuelve demasiado neurótica y ajena a la realidad (en otras palabras, machista), la vida de la mujer en sociedad se puede volver un infierno (véase el burka) marcado por el automatismo tiránico de la imperación de la fantasía masculina.

Esto se da dado que el hombre, al tener que constituir una identidad personal individual, simulando un corte mental entre el yo y la unidad cósmica y selvática del Todo, debe sustentarse en el fantasma de una ley imaginaria que supuestamente rige un ordenamiento de todo aquello que no está dentro de su identidad personal. Paradójicamente, al constituirse como sujeto, queda ‘sujeto’ a dos polos que se confrontan eternamente: el de su propia autonomía versus la heteronomía que impone la ley imaginaria que conforma la lógica interna de los elementos exteriorizados de su psique. Esta dualidad es el origen del comportamiento ciego, tiránico, hipócrita, tozudo que vemos tantas veces en los hombres, en los cuales podemos denotar que el individuo se siente atrapado y obligado en su propio fuero interno a comportarse de forma violenta y desagradable para el resto, porque su legislación mental íntima se lo decreta de forma inescapable.

Es ahí cuando una mujer se queda irremediablemente atrapada en la pesadilla creada por una ley mental masculina que se ha podrido u oxidado, metafóricamente hablando, puesto que ella no tiene ningún interlocutor con el que negociar o manipular para salir de esa pesadilla: los hombres que ejecutan la reificación de esa pesadilla ideológica se convierten en títeres de un superego. En la medida en que una cierta lógica sexual se instala y monopoliza la tradición ideológica de una sociedad local, vemos que aparece una religión que trastoca los fundamentos morales y animales del ser humano, moldeando de formas novedosas y entrañas la conducta de la sociedad en su conjunto. Ahí entonces surgen cosas como la institución y aceptación social de sacrificios humanos, la separación en castas, la reclusión doméstica de las mujeres, el vendaje de pies, la ablación del clítoris, y otras formas de vida moralmente repugnantes. En esos casos, normalmente solo una intervención extranjera violenta es capaz de cortar de raíz la supervivencia de esos comportamientos.

En la prehistoria, las comunidades humanas eran de pequeña escala, y normalmente los confines de éstas no iban más lejos de la capacidad interrelativa de sus miembros. Se estima sociológicamente que un ser humano, de media, no es capaz de mantener una continuidad de relaciones sociales con más de 150 personas. Una sociedad pre civilizacional no podía crecer más allá de esta clase de límites. No existían roles conductuales institucionales. Toda relación era de carácter informal, toda jerarquía estaba basada en una serie de confrontaciones y cooperaciones en las que los actores que las conformaban se encaraban de forma directa y personal.

La variabilidad genética y temperamental de los seres humanos siempre ha causado el nacimiento de conductas atípicas. En las sociedad pre históricas, u hombre que aspiraba a formar un ego atípico solía tener ante sí dos grandes opciones: la primera, la clásica y animal, siempre era intentar ser el individuo alfa de la tropa, el víctor en los combates intestinos, comandante de la autoridad y del monopolio de la violencia en el seno de su comunidad, y privilegiado en la obtención de cópulas. La segunda gran opción era el camino chamánico: un individuo dotado con una predisposición irremediable e infatigable para transformar su identidad personal, pero que fuera vencido en los concursos de fuerza en el seno de su comunidad, acabaría reorientando sus esfuerzos articulatorios a la exploración de nuevos campos de entendimiento e identidad que no estuvieran reñidos en competiciones.

Es decir: un hombre enmarcado en un estado precivilizacional, partiendo desde un estado inicial de identidad adolescente, neófito y hueco, tendría ante sí una dicotomía. Podría dedicar su vida a un proceso competitivo por obtener el honor de conseguir una identidad canónica y suprema, la de representante de la tribu, con la que vivir en un estado exhilarante, dopamínico y desencadenado, en el que su voluntad se convierte en la voluntad del resto (por ejemplo, en una sociedad nómada, escogiendo por todo el mundo donde la tropa se va a dirigir), lo cual es una experiencia de vida ardiente e intuitivamente deseada por cualquiera en primera instancia, pero también fraguada con peligros, a saber, la competición, el faccionalismo, la guerra, tanto interna como externamente.

Pero podría también escoger dedicar su vida a crecer en un estado de iluminación intelectual y espiritual, focalizando su atención en la observación, catalogación y juicio del entorno natural que le rodea, familiarizándose con las plantas, las dinámicas sociales, los estados de conciencia alterados, etc. El chamán en la sociedad tribal, según las tesis de Terence Mckenna, es una figura que tiende a vivir en un espacio liminal, al fondo de la aldea, considerado un rarito por los demás, temido, respetado, despreciado, deseado a partes iguales. El chamán es una figura que se dedica a la exploración ideológica, existencial y científica por su propia cuenta. Tanto la aldea como él se dan la espalda mutuamente en la cotidianiedad, ya que el chamán tiene un desarrollo malformado y precoz de las sutilidades de las convenciones y protocolos sociales.

Sin embargo, cuando el orden social mismo de la comunidad empieza a implosionar por alguna razón, y el ambiente general se acerca al borde de la psicosis (enfermedades, eventos paranormales, discusiones y conflictos desagradables, etc), la aldea abandona sus iryvenires y politiqueos intestinos, y presta atención a lo que el chamán tenga a bien comentar y demostrar, desde su perspectiva extemporánea, despierta y ajena al cánon cultural local. El chamán es el primer intelectual de la historia humana. Es la figura vanguardista que inventa y expande los horizontes del lenguaje, el primero en pisar territorio mental desconocido, y colonizarlo, para después ir insuflando al resto de su comunidad los mecanismos lógicos que él inventa, normalmente de forma disimulada, sin que el resto de personas se den cuenta del todo de lo que está sucediendo.

Hubo en algún momento de la historia humana temprana, después del neolítico, una serie de avances ideológicos que permitieron la erección de sociedades que rompieron el techo que imponía la informalidad de las relaciones políticas. Los tres lugares principales fueron una gran zona indeterminada entre Etiopía, el Sáhara y el Creciente Fértil, origen de la etnia semítica, la estepa rusa, origen de la etnia yamnaya o indoeuropea, y la gran llanura China. También hubo muchos otros lugares en menor medida, como los polos amerindios donde nacerían las civilizaciones inca y maya-azteca, la cuenca del rio Indo, la del rio Mekong, y muchas más. Aquí, ojo, no estamos hablando del surgimiento de estructuras materiales, como la agricultura, la escritura, la rueda, etc. Más bien, estamos hablando de la aparición de los llamados espíritus institucionales.

Un espíritu institucional es una creación mental, una entelequia que corresponde a un rol cultural que va más allá de los juegos prehistóricos de competición y de seducción. Son roles que aparecen orgánicamente en la medida en que los conceptos mentales de los chamanes van enquistándose en la tradición intelectual, mitológica y existencial de la tribu, o nación, y normalmente están destinados a que aparezca la posibilidad de mantener relaciones de comunión identitaria entre grupos sociales que no coexisten cotidianamente: en una sociedad prehistórica, la dinámica clásica es que cuando una tribu se volvía demasiado grande, acababa pasando por un proceso de mitosis, envuelta en una atmósfera de mayor o menor violencia. Los hombres, conformados en alianzas, pasaban de estar encuadrados en una unidad de amistad conjunta a separarse en bandos, luchar por el control de las mujeres en la medida de los posible, y separarse normalmente en cohortes generacionales, siendo la joven la más predispuesta a abandonar el seno materno y lanzarse al paisaje terrestre a buscar otro hogar, si acaso atacando a otras tribus para quedarse con sus mujeres.

Ésta era una época en la que sobraba espacio geográfico para que estos procesos de mitosis se dieran cuantas veces fueran necesarias. Sin embargo, esta no era la única pulsión. Es de necios menospreciar las sentimientos de añoranza y deseos de confraternización que una comunidad podía albergar. Es natural que a lo largo del tiempo, una comunidad de humanos que compartieran una tradición oral en común, fueran forjando una identidad nacional, sobre todo a través de las construcciones de entelequias y ampliaciones del lenguaje y de iluminación y madurez espiritual propiciadas por linajes de chamanes. Consideraríamos aquí una nación como un conjunto de comunidades tribales, de poblados, unidas por un marco mental, que tendrían una predisposición a reunirse, comerciar, intercambiar matrimonios, y eventualmente aliarse en contra de otras naciones.

El ejemplo más paradigmático es el de la estepa rusa. En varios aspectos que hoy por hoy están muy poco debatidos, esta etnia de hará varios miles de años, y ancestros de la mitad de la población humana por lo menos en lo que respecta el idioma hablado, fueron extremadamente vanguardistas en comparación con las demás tribus de la prehistoria a lo largo y ancho de la superficie terrestre. La razón de ello radica en dos grandes hechos diferenciales. El primero siendo el paisaje estepario y el segundo la domesticación del caballo. Esa clase de clima creó un marco mental tremendamente expansivo para sus habitantes. En una isla, un valle montañoso, o un territorio selvático, las dificultades inherentes para comunicarse o desplazarse a lugares ulteriores crean barreras mentales que conducen al establecimiento de fronteras culturales y políticas. En una estepa, la uniformidad y simplicidad en el relieve y la vegetación conduce naturalmente a una concepción muy expansiva de los bordes del territorio considerado como propio.

Además, la domesticación del caballo trajo consigo una enorme facilidad para que muchas tribus que compartieran idioma y tradición pudieran atravesar grandes distancias y forjar lazos identitarios de carácter nacional, no tribal. Por otra parte, la experiencia de la doma de un animal tan grande como el caballo trae consigo a nivel psicológico un estado mental que realza una visión de la vida más dominadora y psicoestimulada. Se ha considerado tradicionalmente la ciudad de Ur, en Mesopotamia, como la primera gran ciudad del mundo, en el año 4000 AC, con unos 5000 habitantes permanentes. Pero lo cierto, y David Graeber lo explica bien en su libro The dawn of everything, es que ya miles de años antes, en la actual Ucrania, entre 5000 y 20000 personas podían llegar a reunirse de forma estacional, cada año, en una especie de campamento ciudad, que tenía una logística y una mampostería bastante menos desarrollada que las ciudades de piedra de Mesopotamia, pero de escala bastante mayor.

Estos grupos esteparios hacían una vida tribal y recluída la mayor parte del año, mientras que en los meses cálidos se reunían en ese enorme nexo para hacer vida en común, competir, jugar, comerciar, hacer ritos espirituales, ceremonias matrimoniales, etc. Además, se sabe que este pueblo fue quizá el primero en usar el cáñamo como herramienta ritual y mística. Es en esta larga era (miles de años de encuentros anuales de gran magnitud) en la que este pueblo forjó una tecnología mental de la que se habla poco: el idioma, del cual descienden las lenguas germánicas, latinas, persas, indias, y tantas otras. Éste, y los lingüístas lo saben bien, era un idioma gramaticalmente super complejo en comparación con la media de los idiomas del resto del planeta, con montones de casos, declinaciones, que permitía alcanzar grados de precisión discursiva muy elevados. Y fue en esta época donde se acuñaron muchísimas palabras abstractas, de emociones, adverbios, expresiones, conceptos espirituales, etc. que luego cuando en la historia moderna los demás continentes han sufrido procesos de colonización por parte de naciones herederas de este idioma, han aterrizado como extranjerismos en el vocabulario de muchísimos pueblos.

A lo largo del planeta se pueden observar un serie de grandes polos ideológicos que superceden la dinámica tribal pre histórica, que se pueden clasificar entre 2 (el oriental y el occidental), y entre 5 y 10, dependiendo de la perspectiva. Aquí empieza el psicoanálisis del texto propiamente dicho. Como tesis, hemos de entender el impulso de codificación teológica como un impulso desmadrado de articulación de una lógica de origen patriarcal, siendo las principales la tradición pagana, la cristiana, la semítica, la dhármica, la budista, y la taoísta. Estas representan un corte psicótico que separan a los seres humanos que nacen en un entorno dominado por tal corte de la mentalidad humana arcaica y tribal.

Retomando el concepto de espíritus institucionales, a medida que las culturas y civilizaciones han ido creciendo, la consolidación de las ideas y conceptos de origen chamánico, perfeccionadas por la iteración costumbrista en el seno de las aldeas y de las competiciones entre hombres, han ido dando lugar al nacimiento de una serie de roles que complementan la jerarquía militar primitiva. Hay varios arquetipos primordiales de espíritus institucionales que pueden ser habitados por el hombre: uno es el rol del sacerdote, que es el de un chamán que consigue capturar el control mental de una comunidad, usando su acerbo ideológico para suplir en la medida de lo posible la autoridad del caudillo.

Surge también el rol del herrero o artesano, que es el rol del chamán que se especializa en la transformación alquímica de la materia, para crear obras de arte que son representaciones mentales asombrosamente transformadas en objetos. Hay varias categorías incipientes: los objetos contemplativos, formas mágicas (el trisquel celta), objetos decorativos o utilitarios (el peine dorado escita), o las armas (las puntas de lanza de bronce o hierro).

Surge el rol del masón, especializado en construir edificios, conocedor intuitivo de la resistencia de los materiales, la gravitación, y de una cierta estética arquitectónica. Surge el rol del administrador, que renuncia a batallar contra el caudillo, pero bajo su patrocinio, se encarga de manejar la organización logística y productiva de la localidad, coordinando las tareas agriculturales, de transformación y preparación de alimentos (obtención de sal o de aceite, fermentación de cerveza, mantenimiento del granero, de las reservas de madera, etc.)

Surge el rol del comerciante, que desiste tanto de entrar en la brega jerárquica intratribal, como de volverse un chamán, y encuentra un rol en el descubrimiento y catalogación de materias y primas, artesanías, monedas de cambio, etc. convirtiéndose en una figura de mediación entre pueblos, un explorador, viajero, que vuelve al hogar cargado con tesoros de allende. Y en definitiva, surgen tantos otros roles que han ido desarrollándose y complejificándose hasta llegar a la abrumadora variedad profesional de la sociedad actual.

Pero aunque el surgimiento orgánico de estas profesiones han sido una constante a lo largo de la historia de las literalmente miles de pequeñas civilizaciones regionales que han brotado en todos los continentes en estos miles de años, también ha sido una constante la inexorabilidad del auge y caída o transformación de la enorme mayoría de ellas. El público es tremendamente desconocedor de la enorme escala, a nivel cuantitativo, de proyectos civilizacionales que no han superado el examen del tiempo. Solamente unos pocos vectores civilizacionales maestros han pervivido los diferentes eones, y lo han hecho gracias a la puesta en marcha de estrategias ideologico-neuróticas concretas. Hay dos grandes pueblos que desde el alba de la historia se han mantenido virtualmente intactos, manteniendo la supremacía de su ideología interna versus la influencia cultural exterior y el mestizaje: el judío y el chino, y cada uno de ellos ha usado técnicas propias.

Consideramos que una nación se ha internado en una madriguera de conejo ideológica cuanto más diferente su consenso cultural difiere del estado primordial tribal del ser humano. Aquí consideraremos brevemente el aspecto místico, la faceta espiritual, de la experiencia humana. El desborde identitario que el ego de un individuo puede potencialmente experimentar en el seno de su conciencia, del que hablábamos al principio, dado que no está técnicamente constreñido por cadenas estructurales materiales, tiene una cualidad metafísica que en última instancia puede empujarle a entender su existencia misma como la de la participación en un sueño mágico, en el que la materialidad del mundo físico es namás que una parte, una proyección, un juego de una entelequia sobrenatural.

Es en este estado en el que el ser humano entra en la gnosis, un entendimiento renovado del mundo que le rodea desde una perspectiva trascendental. No quiero negar necesariamente que el resto de los animales, en su fuero interno, no puedan también ser potencialmente partícipes de esta clase de experiencia, pero como no pueden hablar, tampoco es algo que podamos saber. Quizá algún día descifremos el lenguaje de los delfines, y sabremos. Pero en cualquier caso, el set de elucubraciones mentales primerizas del individuo humano pueden llegar hasta una cierta corta distancia ideológica, que se ve muy aumentada si ingiere sustancias psicoactivas. Pero cuanto más desarrollada es la tradición espiritual que impera en su hogar nacional, más combustible tiene para explorar las infinitas divergencias y recursividades ideológicas potenciales.

Este estado incipiente, y esto es en general un fenómeno transcultural, suele estar ocupado con la exploración del mundo físico y natural que le rodea, y es solamente tras un profundo desarrollo de tradiciones espirituales, que vemos que el enfoque pasa a temáticas enteramente abstractas, como la santísima trinidad, el wahdad al wujut, el nirvana, el tao, etc. Esta iluminación chamánica está relacionada con el aprendizaje de la supuesta existencia de espíritus que habitan todos los objetos, lugares y sujetos del entorno. Espíritus de las plantas, los árboles, de los animales, espíritus elementales (viento, fuego, agua, etc), espíritus telúricos o relacionados directamente con un lugar, como una cueva, un pequeño valle, unas rocas, una disposición paisajística inusual, etc., espíritus de los ancestros, espíritus deformados, monstruosos, criaturas místicas (hadas, elfos, gnomos, dragones, etc.).

Uno de los ejes psicológicos operativos en la psique humana (y corroborados por el consenso científico actual) es el del eje esquizofrenia – autismo. Es una disyuntiva de horizontalidad o extensión versus verticalidad o profundidad. La realidad se puede componer de un listado de elementos potencialmente inconmensurables para un individuo (la wikipedia en inglés tiene actualmente 6,5 millones de artículos). Además, el repertorio de temáticas tiene una cualidad fractal (por ejemplo, la taxonomía biológica sigue un patrón de ramas, que a su vez tienen más ramas dentro). Un individuo tiene ante sí la dicotomía de perseguir la construcción de un conocimiento transversal y superficial de todas las áreas conceptuales sin distinción, o ir especializándose en alguna en concreto (por razones profesionales, por ejemplo).

La tendencia autista es la de una sobre especialización en una área concreta (por ejemplo, todos los modelos de trenes y equipamientos de infraestructura ferroviaria habidos y por haber): el individuo se siente desbordado y magnetizado por ese campo de conocimiento de tal forma que su conciencia se ve sumergida en él y acaba olvidando y degradando estados emocionales y conductuales más superficiales y relacionados normalmente con las normas de interacción social. La esquizofrenia por el contrario es resultante de una necesidad desordenada de tomar conciencia activa de un número tan elevado de elementos del entorno que superan la capacidad cognitiva del sujeto de relacionarlos y jerarquizarlos conceptualmente.

La iluminación espiritual animista, chamánica, aparece cuando un conocimiento conceptual extensivo e intensivo del mundo se vuelve tan grande que la cantidad de elementos que habitan y confluyen en la conciencia del individuo empieza a ser muy elevada en comparación con la capacidad de la mente de clasificarlos. La mente entra en un estado plasmático, en el cual hay libres asociaciones y conexiones entre conceptos, y éstos toman vida propia. Empieza a darse un proceso de desdoblamiento identitario en el seno de la conciencia del individuo. La confusión sobre qué constituye un sujeto y qué un objeto en el mundo que le rodea propicia la adquisición de la percepción de espíritus alrededor suyo.

La pulsión del chamán por conectarse y aprender del mundo que le rodea viene dada por un deseo sexual desordenado: la mente de un individuo masculino desea aterrizar en el territorio de lo terrenal, lo maternal para anclar su existencia en principio vacía, e inseminarla, pero antes debe aprender como funciona este campo terrenal para diseñar la mejor estrategia y para crecer en fortaleza como individuo. Si este hombre va perdiendo combates de superioridad contra otros hombres, gira su atención a la tierra para examinarla, y examinarse a sí mismo en relación con ella, para actualizarse como persona, y así poder en un futuro acceder a volver a combatir y ganar contra los otros hombres.

Pero en el proceso de examinación de esta matriz terrestre el sujeto puede acabar distraído, atrapado, maravillado, obnubilado, aturdido… y abandona inconscientemente el programa sexual inicial, para convertir su experiencia vital en una eterna exploración, convirtiendo el medio para el fin, en un fin en sí mismo. Ahí es donde entra el despertar espiritual: el individuo en tanto que hombre deja de actuar de forma canónicamente masculina, esto es, dedicando su vida a la competición sexual y la adquisición del conocimiento justo para que le sirva de forma útil en relación a su proyecto competitivo. En cambio, reorienta su vida a un despertar interior, la examinación objetiva de sí mismo, de su situación existencial como sujeto, el diseccionamiento de las meta-estructuras que ejercen de fundamentos de la experiencia cognitiva de la sociedad que le envuelve, y la contemplación del maravilloso misterio de la existencia del mundo en general.

Cuanto más se sumerge en esa exploración particular, más se desentiende de los lazos lógicos que comparte con el resto de su comunidad, y más particular se vuelve la ordenación de su pensamiento. Por ello, su estilo de pensamiento y acción se va volviendo más y más incomparable con el de sus congéneres, y el sujeto pierde la capacidad de competir en la arena canónica, ya que sale del consenso establecido. Normalmente los machos de una misma especie combaten entre sí siguiendo las reglas de un canon: las cabras chocan cuernos, ciertos pájaros comparan cantos o apéndices corporales, etc. Si en el caso de los humanos, la gente usa espadas y alguien trae un arco, esta persona no puede competir. Esto en el plano mental, ideológico, también se da. Si alguien con una vocación chamánica construye su propio universo mental sin establecer correspondencia y entendimiento mutuo con sus allegados, pierde la capacidad de operar bajo el marco mental común y competir bajo éste. En la medida que eso ocurre, este individuo acaba abocado en perseguir de forma cada vez más libre y extrema su camino particular; es una pendiente resbaladiza.

Esta clase de actitud, animista, puede ser observada en todas partes del planeta en la medida en que sobreviven sociedades ajenas al proceso histórico, normalmente en lugares de climatología extrema. Sin embargo, vemos como en las grandes civilizaciones humanas ha habido una serie de ramas divergentes en la evolución ideológica de cada una de ellas. Este texto pretende fundamentar un esquema lógico con el objetivo de hacer ver que estas divergencias no son producto de un proceso aleatorio, sino que están todas ellas encuadradas en una serie etapas históricas que han operado como un conjunto de modernidades y posmodernidades que han hecho que los descendientes de los antepasados, poco a poco, han perdido o ganado una serie de actitudes morales.

Para hablar de este proceso, antes hay que apuntar una lección fundamental en la teoría evolutiva, y es que en la evolución tanto de las especies como de las ideologías, lo más común siempre es que esta avance a partir de sucesivas divergencias dicotómicas. En el caso de los mamíferos, por ejemplo, es bueno tener presente que todos ellos, desde las jirafas hasta los castores, pasando por los leopardos y las ballenas, y los simios, descienden todos de un animal parecido a una rata. Y más importantemente aún: las divergencias, que han ido sucediéndose de dos en dos normalmente, han solido empezar como diferencias estéticas presentes en la conciencia de la comunidad de individuos animales, suplementada por separaciones climatológicas. Es hoy por hoy anti intuitivo pensar esto porque existe una tendencia a no tener en cuenta la voluntad consciente y estética de los animales en el proceso de propia evolución (pero es un grave error). 

Así pues, ha de entenderse que la divergencia entre mamíferos herbívoros y carnívoros, al principio del proceso divergente era una diferencia de carácter moral en el seno de la comunidad, que fue generando una tensión moral, hasta tal punto que los miembros de cada uno de ambos grupos dejó de establecer contacto íntimo con el otro, y empezó a reificarse el patrón divergente en el registro fósil. De igual forma, la separación entre ratas que se convertirían en simios eventualmente, y ratas que se convertirían en fieras de cuatro patas, empezó como una diferencia estética y temperamental en relación al gusto por subirse a los árboles, y hacer vida en el aire, versus en quedarse en tierra firma y las madrigueras. 

Eventualidades comparables han sucedido en la historia ideológica del ser humano. Se sabe que, volviendo a la historia de la etnia indo-europea, gracias a la arqueología de las tumbas encontradas, esta cultura durante mucho tiempo vivió bajo dos grandes polos este-oeste. Cuanto más al este, y cerca de los montes Urales nos acercamos, más presencia de tumbas con cráneos de personajes que inferimos que fueron extremadamente sanos, fuertes, y brutos, genética y temperamentalmente (tamaño y grosor de la mandíbula, cejas, y una multitud de marcadores). En cambio, cuanto más nos acercamos al oeste, menos bestias son los esqueletos humanos, y empieza a haber una presencia más común de tumbas de mujeres, lo cual indica una cultura más matriarcal. 

La hipótesis antropológica que podemos proceder a establecer es la siguiente: una tribu, o un conjunto de tribus, si no contienen un número muy extenso de figurantes, va sobreviviendo en el tiempo, atenta a rivales externos, y guardando una unidad cultural estable. Lo que bien pudo haber sucedido en el caso de los indo-europeos, es que al convertirse, mediante el uso del caballo y gracias a habitar una estepa tan enorme y uniforme, es que surgiera un desarrollo cultural, un conflicto, en el que apareciera con el tiempo un set de dos polos contrapuestos, basados en la aparición por (quizá) primera vez un eje político de izquierda-derecha a gran escala. Los miembros de esa etnia más de derechas, amantes de la fuerza, la virilidad, las figuras de autoridad y los mitos, se habrían ido hacia al este, más cerca de donde sale el sol (por la mañana predomina la dopamina, mientras que por la tarde predomina la serotonina en el ciclo circadiano humano), mientras que la gente más ‘chill’ o ‘queer’ que diríamos hoy en día, matriarcal, rebeldes ante los esquemas duros, habrían tendido a ir poco a poco hacia poniente. Más tarde, el primer grupo estaría relacionado con los escitas, los persas y los indo-arios, mientras que el segundo grupo con los europeos en general, los hititas y los armenios.

Es aquí cuando la cosa se torna más interesante aún: el grupo del este, al llegar a la zona de la actual Afganistán y formar la cultura -religión de Avestán, pasó supuestamente por un proceso (de siglos de duración) de intenso debate filosófico, tras el cual hubo una segunda ruptura. El enorme panteón politeísta de dioses que se veneraban en esa cultura fueron gradualmente separándose en dos grupos, los Asuras y los Devas. Los primeros tenían un temple más masculino/supremacista, mientras que los segundos eran más femeninos/con una moralidad ambigua. Entonces, hubo un cisma, y eventualmente el pueblo se dividió en dos, la raza aria propiamente dicha, que se fueron a la actual Irán (y de ahi viene el nombre), y los que migraron a la actual India/Pakistán, donde instituyeron el sistema de castas y escribieron la literatura Védica, que no es más que una relectura posmoderna de la antigua religión avestaní, pero que considera a los asuras como dioses malvados/demoníacos, y solamente acepta a los daevas, que acabarían conformando el séquito inicial del panteón hindú (Vishnu, Krishna, etc) tras un largo proceso de reformulación ideológica en el que por otra parte la existencia de los asuras fue gradualmente quedando olvidada.

En cambio, en el caso de los persas, fueron los Devas los que se tiene constancia en las escrituras que se conservan que se consideraban dioses malvados, y los asuras (llamados ahuras) los buenos. Pero en el caso persa, estos dioses de corte más masculino fueron agrupados en un solo Dios, instituyéndose así quizá la primera gran religión monoteísta por no otro que Ahura Mazda, es decir, el profeta Zoroastro. Vemos, pues, que la aparición de esta cultura doble, en la que cada mitad se da la espalda con la otra, es una consecuencia de un cisma de una cultura anterior, que estaba relacionado con la cuestión teológica primordial que separa la religión oriental de la occidental: ¿es la vida de un ser humano única, creada por un solo Dios, tras la cual hay una monocorde eternidad? ¿O es por otro lado la existencia una rueda eterna de reencarnaciones? En el fondo, esta pregunta, desde un punto de vista psicoanalítico, responde a la cuestión de ¿quién gana, el padre o la madre?

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