El futuro revolucionario del dinero

ÆT80-17.4

Escrito el 19/12/2021 y revisado posteriormente varias veces. Pendiente de ser publicado en El Cuaderno Digital.

Prefacio: el texto habla sobre cómo esta próxima década probablemente presenciemos una revolución en la creación de dinero mediante la politización de la creación de criptomonedas (aunque la explicación tiene un desarrollo preliminar largo).

En la época política en la que vivimos hoy, el activismo ideológico liberal tiene una reputación ambigua. Es una ideología muy antigua, quizá la primera ideología política de emancipación moderna, y los que le son leales gustan de explicar como ellos ‘en verdad son tanto o más radicales’ en su progresismo político que ciudadanos de otras ideologías (socialistas y marxistas sobre todo). Pero todos sabemos que en muchos de los países más modernos, estos ciudadanos liberales progresistas y liberales en la teoría, en la práctica suelen alinearse con el establishment nacional de forma mucho más recurrente que otros movimientos contraculturales, y tienden a ser vistos como un progresismo falso.

En estos últimos siglos la humanidad ha ido progresando en su grado de civilización de forma orgánica a lo largo de estos últimos siglos mediante este término vacuo y paraguas que llamamos ‘capitalismo’, a la vez que los científicos y matemáticos persiguen su disputa intelectual milenaria con los eclesiásticos. Mientras tanto, el sector de la población que más sufre en relación a su posición social, y los más impacientes, han tendido a dedicar su tiempo y energía a forzar y acelerar el cambio social hacia visiones políticas colectivamente soñadas, que reflejan el anhelo de un mundo mejor, pacífico, rico, saludable, y compartido por todos.

Tradicionalmente hemos podido ver una tendencia política consistente en la continua separación de la pulsión progresista social en dos: aquellos que valoran más que el objetivo utópico no se pierda de vista, y aquellos que valoran más que la sociedad real presente no se degrade demasiado en el transcurso de los procesos de cambio. En nuestra modernidad, hemos correlacionado crudamente el primer grupo con los socialistas y el segundo con los liberales. Los socialistas tienen una tendencia a exasperarse por la continua disposición de los liberales de creerse que son progresistas de verdad, como una chica que ve como un viejo se cree joven y le da vergüenza ajena. Por otra parte, los liberales suelen ver a los socialistas como unos impacientes que tienden a destrozar lo que ya hay por sus prisas de querer cambiarlo todo rápidamente. Cabe preguntarse: al margen de quien tenga razón, ¿hay chicha de verdad en el proyecto liberal?

Podríamos decir que quizá por ser una ideología más antigua, madura y básica, comparada con los movimientos socialistas, se vuelve más ‘realista’ y conciliadora en la arena política y doma su pulsión utópica de forma más rápida. Cuando uno habla con las personas de esta corriente intelectual que realmente se toman más en serio su misión política y la meditan de forma más profunda, acaba llegando al manantial de su pulsión energética y rebelde en un tema en particular: la cuestión del dinero y las finanzas. Cuando una ideología madura lo suficiente como para acercarse de forma tangible al manejo del poder institucional, se encuentra con problemas reales respecto a la naturaleza y la gestión monetaria. La ideología liberal aún está inmersa en un proceso histórico de reflexión, discutiendo cómo compaginar la gestión contable de la sociedad con sus esquemas intelectuales y filosóficos.

El sector académico economista de hoy es el guardián de un secreto a voces: la humanidad, en el fondo no sabemos exactamente qué es el dinero, como funciona nuestra economía y sus flujos. No tenemos un set de ecuaciones y leyes abstractas infalibles que esclarecen la visión de nuestra condición existencial con este tema. La ideología liberal tampoco, pero sin embargo tiene una intuición que le coloca en una posición más vanguardista que el movimiento socialista (aunque sea por incomparecencia del otro bando). Esta intuición es la última carta en la manga de la ideología liberal. Es el manantial de donde saca las fuerzas para seguir adelante declarándose progresista y rebelde. Hablamos de la eliminación del monopolio de los bancos centrales sobre el dinero.

La ideología liberal radical persigue la visión de un futuro sin tribus ni naciones, compuesta por individuos flotando libremente sobre la superficie terrestre, organizándose y planificando entre ellos mediante el establecimiento de contratos ad hoc. Para el liberalismo radical, la figura del Estado es una imposición política e ideológica moralmente ilegítima, puesto que un individuo jamás consintió desde un primer momento, por ejemplo, aceptar ser regido bajo un código de derecho civil o penal en particular, y tendría que ser posible que tal individuo pudiera escoger regirse bajo según el sistema legal que desee personalmente. Y de igual forma, el liberalismo radical considera que los sistemas monetarios nacionales, controlados por una institución central estatal, son a la vez una imposición ideológica que constriñe la  capacidad de actuar de los miembros de la comunidad humana y una rémora que esclerotiza la actividad económica, y ata en cadenas los sueños de los individuos.

El sueño del liberalismo radical respecto al dinero consiste en un mundo en el que cualquiera tiene potencialmente la libertad de crear dinero y dejar que sea el mercado el que decida si tal dinero tiene valor. Esto no es un sueño nuevo. Es algo que existió, pero fue cortado de raíz. En el siglo XIX, los países más avanzados fueron testigos de cómo se fue originando un sector bancario que también era emisor de moneda: cada banco creaba la suya, y la ofrecía a la ciudadanía para que emprendiera proyectos económicos con ella. El valor de esta moneda dependía de la reputación del banco. La cuestión es que en esa época, el sector financiero y la teoría económica no se entendían tan bien, y el andamiaje institucional, mediático y logístico era mucho más incipiente, con lo que era difícil saber el valor que la sociedad le otorgaba a cada moneda en el momento presente, y compararlas cuantitativamente con otras monedas. Había poco arbitraje, y además el público tenía un grado de desconocimiento alto sobre las finanzas internas de las instituciones bancarias.

A lo largo de esa época hubo varias crisis de liquidez, en las que corría súbitamente el pánico entre el público, que iba rápidamente a la sede de la institución a pedir de vuelta su dinero. El problema era que gran parte de ese dinero no existía físicamente (por el apalancamiento financiero) y la gente se quedaba sin sus ahorros. Al final, los gobiernos y parlamentos acabaron prohibiendo la posibilidad de generar billetes propios e impusieron un monopolio estatal en la emisión de dinero líquido. Además, se puso de moda la noción del apoyo monetario en el oro, dado que éste era un activo que por ser muy bonito y cotizado para joyas y prestigio social, además de ser infalsificable, jamás dejaría de ser demandado, y por tanto sería un valor estable sobre el que descansaría la economía. Esto no dejó de ser una mera ilusión cognitiva, pero sirvió para salvaguardar el sistema en aquel contexto.

Este descanso sobre el oro ha demostrado con el tiempo tener sus inconvenientes: la constante minería acrecienta la base monetaria (y cuando llegue la minería espacial lo hará mucho más), el valor social del oro como elemento decorativo está en declive, y las técnicas de especulación financiera en los mercados imposibilitan que el oro tenga un valor estable. Y sobre todo, que anclar la base monetaria de un sistema económico nacional en un activo aleatorio como este ata la sociedad a ser incapaz de crear más dinero si lo desea o necesita. Y aquí llegamos a una discusión ideológica: en este último siglo ha habido una batalla campal entre los que Freud llamaría anal-retentivos y anal-expulsivos. Los primeros han sido aquellos que toman la posición de recordar las veces que las burbujas de valor han explotado, y se vio que la capacidad productiva de la sociedad era menor que el nivel de circulación, y son gente atemorizada con la inflación. Los segundos son aquellos que creen que la sociedad está auto-limitándose de forma necia e innecesaria, y propugnan que a veces es bueno y necesario inyectar combustible a la maquinaria económica (en forma de dinero nuevo) para que esta no se osifique y se paralice.

Después de la gran depresión de los años 30, se rompió el sistema monetario internacional basado en el patrón oro, y cada país empezó a crear cantidades de moneda propia que consideraba necesarias. Después de la segunda guerra mundial, se decidió que la moneda estadounidense, el dólar, haría de sustituto del oro, manteniendo así la ficción de que en la economía hay un ‘suelo’ de valor (sistema ‘Bretton Woods’). Esto funcionó bien durante unas décadas, hasta que con el tiempo se dio la situación de que el capital internacional usó tanto el dólar como moneda de reserva (por razones más políticas que financieras), que el valor de éste se infló respecto al tamaño de la estructura productiva nacional de los USA, y el sistema terminó petando a principios de los 70. Desde entonces, hemos vivido en un sistema ‘flotante’, en el que las distintas monedas se comparan entre sí continuamente en el Forex y las décadas van pasando mientras tanto y la humanidad va haciendo. El dólar sigue en la práctica siendo el mayor valor de referencia, pero el euro y otras monedas también se usan como anclas.

La situación presente es que los bancos centrales tienen una capacidad política libre de ir imprimiendo dinero según estiman conveniente, siendo el único impedimento a su acción las expectativas de inflación por parte del público, que en el fondo son las expectativas de si la economía y en general la civilización marcha bien o marcha mal. Y esto está mezclado con la política. El debate profundo y sutil que tenemos hoy por hoy es el siguiente: el problema que el sector anal-retentivo ve es que, en el fondo, es imposible saber si las monedas estatales tienen un verdadero valor, dicho desde una perspectiva más bien ontológica. Hay un temor de que no solamente estemos viviendo en una burbuja financiera, sino que en general todo el sistema económico-civilizacional esté flotando como un globo en el aire, sin capacidad de saber hasta qué punto está apoyado en una supuesta realidad ‘objetiva’, sea lo que sea que signifique eso. En este sentido, cada vez es más común ver a respetables intelectuales de derechas y capitalistas, que de toda la vida habían actuado como patriarcas garantes y amantes del orden establecido, admonizar en cambio preocupados sobre una potencial gran crisis del dinero estatal, dado que las deudas nacionales son cada vez más grandes y superan en varios casos el 100% del PIB de estos países.

Por otra parte, el sector anal-expulsivo ve estas consideraciones como una parida paranoica, básicamente porque al margen del contexto financiero… los avances productivos, tecnológicos, institucionales, culturales, científicos, etc son reales y no se pierden. Y ahora que tenemos internet y la información está repartida en una red descentralizada de información prácticamente inquebrantable, lo lógico es pensar que por mucho que vengan problemas a asolar la sociedad humana, el nivel de conocimiento es tan robusto que la capacidad de recuperación es muy resiliente. Además, hay una percepción de que hay una voluntad tramposa, cínica y suicida en el sector conservador: que en el fondo está enfadado porque la dirección política, cultural y parlamentaria de estas últimas décadas de los países avanzados está siendo cooptada por ideologías de izquierda enemigas, y usa la excusa del aumento de la deuda estatal como arma política para deslegitimar a sus enemigos políticos, cumpliendo así dos objetivos políticos: por un lado su revancha contra la izquierda posmoderna que controla el aparato estatal mediante el dominio de mayorías sociales de votantes, y por otro poder avanzar su agenda ancestral que busca desligar el dinero del estado.

En el contexto de esta lucha política emerge otra batalla entre escuelas intelectuales, que no es más que el surgimiento de otro frente que se da entre el idealismo alemán hegeliano (y su rama radical marxista materialista) y el liberalismo anglosajón individualista, una batalla que ha dominado la historia de la filosofía y política de los últimos dos siglos. Esta batalla enfrenta a dos visiones contrarias sobre el origen del valor en sí del dinero. El bando materialista, de izquierda socialista en el campo político, defiende la participación del estado como algo esencial en el valor del dinero. El argumento es el siguiente: que en el fondo, la única institución que permite la instauración del dinero moderno tal y como lo conocemos es el Estado. Antes de este, la economía funcionaba mediante el trueque, o el intercambio de regalos. Pero es únicamente el Estado la organización capaz de imponer sobre toda la sociedad un estándar monetario único: todo individuo ha de pagar impuestos usando una sola moneda concreta. Esta moneda acaba siendo usada por todos. Esto habría pasado desde el inicio mismo de la civilización: con la civilización mesopotámica hay indicios de que una dinámica así ocurrió, y desde entonces tantas veces más hasta hoy.

La otra escuela basa su pensamiento en argumentos más holísticos: en que el valor monetario esencialmente depende de la confianza de los usuarios en esta, y entre ellos, y que en el fondo la moneda que se acaba usando es la que inspira más confianza en la sociedad. Esta escuela basa sus argumentaciones no sólo en razones filosóficas, teológicas o psicológicas, sino atendiendo a la historia de las redes comerciales internacionales, como la ruta de la seda, el comercio mediterráneo, o el comercio entre los dos centros financieros de europa en la época renacentista (los Países Bajos y el norte de Italia), por ejemplo. Cada una de estas dos escuelas usa estas argumentaciones para fundamentar la legitimidad de su acción política. Esta segunda escuela está hoy por hoy pasando por un gran proceso de evolución (bastante caótica) en su pensamiento. Esto se da por el surgimiento de las nuevas tecnologías informáticas.

Habíamos dicho que en el siglo XIX se abortó el proyecto de un sistema monetario basado en monedas privadas libremente creadas, por sus peligros de volatilidad, asimetrías en la información por parte de los actores económicos, etc. Pero hemos progresado como sociedad desde entonces, hasta el punto en que tenemos la tecnología necesaria como para suponer que, si volviera un sistema tal que ese, la capacidad de comparar monedas y prevenir problemas en tiempo real sería mucho más avanzada. Además, vimos cómo en 2009 fue creado un sistema matemático e informático, el blockchain, que permite instaurar sistemas monetarios descentralizados, es decir, que están diseñados de tal manera que se puede confiar en que los usuarios de estas monedas tienen la cantidad de dinero que dicen que tienen, sin que haya que depender de una gestión central (estatal).

Estas llamadas criptomonedas han tenido un gran auge estos últimos años, y hay que decir que este auge ha estado acompañado, apoyado de hecho, por una pulsión ideológica profunda derivada de luchas políticas en el seno de la sociedad. El equilibrio político de una sociedad descansa fundamentalmente en una centralidad entre izquierda y derecha. Pero en el fondo la política humana es una forma sofisticada de lucha social/tribal de estilo animal. En los animales sociales (una tropa de 400 babuinos por ejemplo) vemos como hay tres tipos fundamentales de actores. Hay un macho alfa, entrado en años y fuerte, acompañado de un séquito aliado, que consideramos derecha canónica. Este macho tiene una oposición de carácter doble: el de cuadrillas de jóvenes machos aliados, y el del clan de hembras. Las hembras buscan paz social para optimizar la crianza, y fomentan comportamientos que son conductivos a esa paz social, con lo que suele ir pivotando entre izquierda y derecha. En la medida en que el macho alfa se comporta de forma más desagradable o se vuelve viejo e inútil, se vuelve más de izquierda y favorece a la cuadrilla joven. Pero si ésta se vuelve demasiado débil, o destructiva, favorece a la derecha.

La civilización occidental ha estado históricamente inmersa en una religión que sustituye la figura del macho alfa de la tribu local por una figura celestial y abstracta, la de Dios. Esto ha permitido a nuestra sociedad ir progresando rápidamente a través de los siglos, puesto que ha sido una herramienta política que permite un recambio de machos alfa mucho más fluido. Pero la contraposición al funcionamiento de este sistema ha sido el nacimiento de la ideología liberal, una forma de pensar que fuerza a los jóvenes rebeldes a no solamente ir contra el macho alfa local, que sería lo natural, sino que le empuja a actuar contra la figura celestial abstracta. Y en el proceso se da cuenta intuitivamente que el origen del poder de esta figura en verdad surge de la voluntad de la tribu en sí misma, y del clan de hembras, puesto que la figura divina es un concepto moral que ayuda a hacerle chantaje emocional al macho alfa y garantiza la paz. El macho joven rebelde, si quiere emanciparse e individuarse psicológicamente, por tanto, se ve forzado a actuar en contra de todo: no solamente del macho alfa, sino de la construcción de la figura divina diseñada para estar siempre encima suyo, y de la familia, la tribu que apoya el mantenimiento en la creencia de esa figura divina. Entonces se lanza en busca del individualismo total: la sociedad de individuos haciendo contratos sin que haya tribu o nación de por medio.

En el transcurso del siglo XX, la enorme lucha política mundial fue más bien canónica: el comunismo soviético, encarnando el espíritu de la cuadrilla joven rebelde, contra el sistema central de pensamiento occidental patriarcal, apoyado por la religión y el dinero. Con la derrota de esta última cuadrilla revolucionaria, la derecha se ha asentado. Igual que en un clan de simios en la selva el macho alfa consigue ahuyentar a los machos jóvenes, en nuestra sociedad el capitalismo derrotó al comunismo. Por tanto, siguiendo nuestro modelo, hemos visto cómo la izquierda estas últimas décadas ha pivotado: ahora la protagoniza la sección femenina de la sociedad, y hemos presenciado el auge del feminismo. Pero siempre sigue habiendo machos jóvenes. Éste sector político, por tanto, desterrado tanto de la izquierda como de la derecha, ha usado la ideología liberal radical para intentar volver a tener poder de nuevo, y ha dedicado mucha energía para asegurar el éxito de las criptomonedas. ¿Por qué?

Las criptomonedas son ante todo un símbolo, una fantasía, de emancipación personal total, que permite un igualitarismo perfecto, un campo de juego liso, que permite al individuo ser capaz de sobreponerse y trascender el poder de la tribu, del Estado, del gobierno, de las corporaciones, las redes clientelares, el poder en sí mismo. Mediante el uso de criptomonedas, el joven macho rebelde persigue su delirio renegado, su venganza emocional, que consiste en ser capaz de simultáneamente de ganarle la partida al padre, y de ser independiente del amor de las hembras, que le abandonaron trágicamente y le ocuparon su puesto de rebelde en la izquierda. El problema de toda esta situación es que en última instancia siempre hay tribu, siempre hay poder. El sistema tarde o temprano encontrará la forma de usar estas nuevas tecnologías en su propio beneficio y dejará el mundo de las criptomonedas en la estacada: y esto en parte será la culpa del movimiento ideológico en sí: en el fondo intentar crear una construcción social basada en la ausencia de valor social tiene un componente de huida hacia ninguna parte. No es algo seductor, algo capaz de pervivir en el largo plazo. La sociedad, al final del día, somos nosotros, los seres humanos en esta tierra, y nos gusta que aquello que creamos y usamos esté basado en nosotros.

El futuro del dinero pasa por un camino distinto, que incorporará las lecciones aprendidas en esta etapa histórica de las criptomonedas y las usará para revolucionar el sistema monetario. Recordemos que el objetivo utópico del liberalismo sigue siendo en última instancia la liberación del control del dinero, pero si se consigue será luchando venciendo a las instituciones centralistas, no a costa de desdeñar el tejido social y cultural, puesto que esto jamás contará con la aprobación de la pulsión feminista y tribalista de la sociedad. ¿Cómo llegaremos a este futuro? Hoy por hoy se comenta mucho la innovación tecnológica que suponen las criptomonedas, pero se habla menos de la evolución del sistema financiero en este último medio siglo, quizás por ser algo más normalizado y poseer connotaciones oscuras en cuanto a la reputación macabra de la élite financiera en Wall Street, la City de Londres y otros lugares. Pero se ha avanzado muchísimo en la creación de una plétora de conceptos e instrumentos financieros que han tecnificado el sector hasta límites insospechados.

La pulsión detrás de estos avances tecnológicos e institucionales ha sido la voluntad de explorar la naturaleza del dinero, de los activos contables, de las participaciones empresariales, y las apuestas de inversión. En el proceso hemos visto cada vez más como la diferencia entre el dinero puro y canónico y lo que llamamos activos fijos no tiene una frontera clara, sino que es una nube difusa, en la que se encuentra un enorme rango de invenciones financieras más o menos líquidas, y más corto o largoplacistas. Vemos que hay activos cuyo valor está basado en un cierto prestigio (como las obras de arte), y que a veces no son transferibles (como una medalla militar a un individuo), y activos basados en objetos y mercancías reales, que por otra parte también tienen un valor contextual según la cultura en la que esté. Hemos visto las limitaciones sobre la teoría marxista del valor. Hemos visto cómo el mercado bursátil con el tiempo y el aumento de la tecnología se ha vuelto extremadamente vulnerable a la especulación y el cortoplacismo. Hemos visto como es de necios creer que el mercado racional y la actualidad política e ideológica no se retroalimentan y que cada uno usa al otro como arma.

Podemos argumentar que a día de hoy, el sistema institucional que gestiona el mercado de valores necesita una evolución que permita separar mejor el valor de los activos con el valor de las apuestas hacia los activos, de separar los actores que quieren invertir y participar en una aventura empresarial y aquellos que quieren limitarse a apostar desde la grada. Además, hoy por hoy, los mercados de valores se están usando como el lugar por donde canalizar los flujos de liquidez sobrantes de individuos o instituciones con buena fortuna, y lo que durante siglos fue capital destinado a inversiones productivas conectadas con la sociedad en su conjunto ha sido en buena parte sustituido por especulación financiera solipsista y estéril, que ha acrecentado muchísimo la desigualdad social. La consolidación de instituciones bancarias y su desarraigo de los tejidos productivos locales y rurales han fomentado la percepción de una división creciente de la sociedad entre la sociedad y una élite desconectada de ella.

Por otra parte, la creación de dinero no está llegando a la sociedad normal. Los bancos centrales se ven incapaces de crear dinero de la nada y repartirlo a la sociedad a causa de la lucha ideológica de los anal-retentivos. Hay una presión de bloqueo político por parte de facciones políticas que luchan descarnadamente para que no exista el llamado ‘helicóptero de dinero’/renta básica, etc, por dos razones, la primera siendo un miedo respecto a las consecuencias inflacionistas. La otra es el temor de que si una operación así tuviera éxito, esto consolidaría la legitimidad de los bancos centrales a ojos de la opinión pública, y por tanto está en contra de su agenda ideológica. Por tanto, la forma que tienen hoy por hoy los bancos centrales de proveer a la sociedad con dinero contable es sobre todo mediante los préstamos al 0% de interés a los bancos, que son luego los encargados de realizar las inversiones y préstamos a la sociedad civil que consideran pertinentes.

Aún y así, esta forma de crear dinero es vista con recelo por parte de los halcones ideológicos, que creen que la forma más estable de generar riqueza es mediante el apalancamiento financiero de instituciones financieras privadas que supuestamente saben lo que hacen, y que con el tiempo van ecualizando sus retornos de capital con nuevas inversiones que juzgan que la sociedad civil y el sector productivo son capaces de tragar y gestionar. En cambio, toda creación libre de dinero sería vista como una imprudencia en la medida que la cantidad de dinero en circulación se desmarca de la capacidad productiva de la sociedad. El contra-argumento a esta posición es que la cantidad de capital flotando no depende solamente de su cuantía nominal, sino de la velocidad de circulación del dinero que se da en la sociedad.

En la economía hay siempre una tendencia inevitable a que cuanto más dinero alguien posee, más tiende a usarlo de forma lenta y calmada, la proporción entre consumo e inversión se ensancha, y la conexión de esa persona o institución rica con la sociedad en su conjunto se desvanece, con lo que el dinero deja de moverse, y en la práctica es como si dejara de existir en la realidad cotidiana al estar oculto. Esto no solamente enfría la actividad económica sino que desliga el sector social con más recursos, con el sector social más caótico, dinámico, con más ideas y energía para llevarlas a cabo. El sector de halcones por tanto siempre suele infravalorar la capacidad productiva de la sociedad, y sus temores inflacionarios tienden hacia la paranoia, sobre todo cuando hablamos de economías enteramente modernas y establecidas como en Europa central. Además, es posible que el auge de internet y las tecnologías de comunicación hayan cambiado para siempre las dinámicas de crecimiento productivo y logístico, pero la sociedad aún no se haya dado cuenta de este hecho, precisamente porque no nos hemos encontrado con una crisis de gran calado que está precisamente siendo evitada por la nueva capacidad productiva y organizativa.

En Europa el reparto de dinero a través de la colaboración del banco central con el poder ejecutivo mediante la política monetaria está además totalmente prohibida a causa de unos estatutos primordiales firmados por los miembros de la Eurozona, liderados por Alemania. Otros países pueden tener una política monetaria mucho más libre. Pero ni siquiera ellos hoy en día operan bajo una colaboración explícita entre el banco central y el poder ejecutivo. Hay un tabú respecto al manguerazo directo de dinero, que solamente suelen romper países pobres, y de forma excepcional, ya que si lo hacen pierden el favor del FMI, el Banco Mundial y el respeto de los mercados internacionales. Lo cual no quita el hecho de que esta cuestión tenga un carácter tanto ideológico como técnico, por mucho que el establishment intelectual diga que solo es técnico.

La sociedad civil de hoy está metida en un problema doble: por un lado no puede crear su propio dinero de forma privada, ni tampoco puede acceder de forma plena a la creación del dinero de los bancos centrales, puesto que entre estos y la sociedad media un conglomerado de instituciones bancarias altamente desconectadas de la realidad local y perdidas en un mar embravecido de inestabilidad y especulación financiera. Este conglomerado posiblemente considera que le compensa solidificar sus hojas contables e ir creciendo a través de estos malabarismos financieros, pero a la sociedad productiva fuera de este sector bancario tampoco le sirve de nada que el sector bancario crezca mucho o poco si luego no existe un acceso a la financiación.

Hemos visto cómo ha surgido la alternativa de las criptomonedas, pero esta no arregla el problema: el Bitcoin explícitamente tiene un número limitado de monedas, 21 millones, con lo que en el mejor de los casos se vuelve inherentemente el activo financiero mejor designado para ejercer de valor neutral sobre el que se comparen otras monedas que sí que pueden multiplicarse en cuantía. Pero al no poder crecer, no puede volverse la moneda de uso general. Y de todas formas de momento la especulación con su precio es rampante, así que sin valor estable tampoco puede ejercer de reserva de valor, de totem central. Y en el fondo las criptomonedas no son más que códigos, programas que funcionan de forma más o menos distinta: unas son más privadas, otras más rápidas de usar, etc. Programas que generan tokens, unidades de valor. Pero este valor solo sube si hay demanda de esa token de este trozo de programa, y ese valor está ligado esencialmente al valor del dólar, o el euro, así que volvemos a lo mismo.

Si hay algo que genera valor intrínseco en esos programas es su innovación tecnológica y su utilidad respecto a la sociedad, pero puesto que la sociedad jamás dejará de ser del todo tribal y querrá configurar su sistema monetario en monedas que pueda manipular a voluntad de acuerdo con los deseos del proyecto civilizacional de la sociedad en sí, el valor útil de estas criptomonedas abstractas es cuestionable. Podríamos argumentar que el único gran caso válido en el que estas monedas pueden prosperar es cuando una nación entera y su sistema monetario descarrilan, y de hecho hemos visto que ha habido ciudadanos sudamericanos o africanos que recientemente han salvado sus ahorros gracias al bitcoin. Por tanto, sería esta una moneda operando siempre a la contra, funcionando únicamente cuando la normalidad no funciona. Pero la humanidad hace y hará todo lo posible para que la normalidad funcione. Y por otra parte, ya se sabe que muchas otras criptomonedas han superado al bitcoin en términos de calidad técnica, por haber sido creadas posteriormente con tecnología informática más madura, pero hoy por hoy el sector de las criptomonedas es un lío tan grande que nadie se aclara cual es la moneda que teóricamente debería volverse hegemónica y continuamos con el Bitcoin por inercia.

Algo que también hemos visto estos últimos años, muy recientemente, y mucho más en USA que en otros lugares, es la aparición de plataformas y apps, como Robin hood, eToro, etc. que han roto totalmente la barrera de entrada hacia los mercados financieros que la población general tenía, ya que dependía de brokers y profesionales para que sortearan las regulaciones, permisos de compra, el know how, les manejaran sus carteras de activos financieros, etc. Pero ahora cualquier adolescente puede lanzarse a comprar acciones o especular, y además puede hacerlo sin capital propio, puesto que estas nuevas empresas intermediarias ofrecen CFDs y otros instrumentos financieros con los que el usuario puede llegar a endeudarse con dinero que no dispone. Estos nuevos fenómenos, junto con la consolidación de las empresas de apuestas deportivas que poco a poco se están diversificando al resto de áreas de la sociedad, nos presentan un panorama revolucionario.

Los estados y sus bancos centrales ya están planificando, de forma exasperantemente lenta pero sólida, un sistema de dinero virtual, en el que el euro, por ejemplo, pase a ser una moneda contablemente rastreable. Serán sistemas que usarán las nuevas tecnologías informáticas, el blockchain, etc para crear una red virtual en la que todo euro lleve incorporado un historial de rastreo, con lo que se podrá ver por donde ha circulado, propietario tras propietario. Esto acabará promocionando la emergencia de una telaraña contable que trascenderá el sector público y privado, hará imposible la evasión fiscal, el blanqueo de capitales, la economía sumergida, posibilitará la puesta en marcha de programas institucionales que centralicen la administración burocrática del mercado de trabajo, de los presupuestos estatales, los departamentos de recursos humanos, los monederos financieros y bursátiles, las interfaces de ventas de bienes y servicios empresariales, y muchos más sectores económicos.

A nivel civil, lo más probable es que a lo largo de esta próxima década de los años 20 seamos testigos de una revolución en la creación de dinero, mediada a través de redes sociales. Lo más lógico es que con el tiempo acabe viniendo una empresa que ofrezca el servicio (posiblemente mediante tecnología ethereum) de crear una criptomoneda individualizada: una por persona, y que el valor de esta funcione de la siguiente manera: dependerá de dos factores esenciales, la reputación del individuo, y el número de tokens que esa persona emita (lo que vendrían a ser acciones de una empresa). Funcionará tal que así: un individuo podrá ‘inceptar’ (crear) tokens que llevan su nombre. Pero esas tokens no tendrán valor a menos que haya gente dispuesta a comprarlas. Si incepta demasiadas monedas, su criptomoneda personal entrará en hiperinflación. Por lo tanto, la gente jugará con ir creando el número justo de tokens para que el precio de estas vaya subiendo y además su fortuna personal también. Surgirán ránkings en los que el prestigio de la gente no dependerá de lo rico que seas, sino de cuanto es tu % de multiplicación de fortuna personal.

¿Pero quién estaría interesado en comprar la moneda personal de alguien? Dos razones, la primera obviamente por especulación alcista. Pero la verdaderamente importante sería que este mercado monetario se convertirá en un canal alternativo de financiación para proyectos productivos. Es decir, si alguien escribe un plan de negocio y lo cuelga en el muro de su perfil de su cuenta en esa red social financiera, en la medida de que ese plan sea creíble (además de la posibilidad de prometer el equivalente a dividendos), el individuo podría tener compradores de su moneda. Con el dinero recibido por la compra de esa moneda, el individuo lo usaría para empezar el proyecto en sí. En la medida en que la proporción entre tokens creadas y precio demandado por ellas evolucione de forma razonable, se vuelve posible en una nueva forma totalmente nueva de redistribución financiera a todos los niveles de la sociedad.

Si algo así se vuelve realidad no solo veríamos monedas subir por proyectos económicos sólidos, sino que se convertiría en otra forma de patrocinio. Por un lado, para artistas y creadores de contenido con fans detrás, incluso chicas modelo con simps. También sería una forma muy cómoda de dar dinero por causas sociales, o de que la comunidad ayude a una persona que se vuelve viral por una desgracia sorprendente. También lo usarían líderes políticos emergentes para financiar sus campañas. O un individuo para pagarse una vivienda simulando una pseudo-hipoteca. Individuos se volverían pseudo-banqueros y ejes de la comunidad en zonas rurales o del tercer mundo.

La limitación a la expansión de un modelo tal que así consiste en que algo tan globalizado y abstracto en las redes puede ser difícil ser casado con la realidad local. La solución a esto será la emergencia de actores institucionales en esa misma red social, que depositando votos de confianza respecto a individuos u otras instituciones (que aparecerían como medallas en el perfil de cada cual) serían elementos que empujarían al público a confiar más en ese individuo. Si por ejemplo, un individuo obtuviera una medalla que certificara su supuesta excelencia como emprendedor otorgada por una famosa empresa consultora, en la práctica eso ayudaría a levantar el valor de su moneda propia. Adicionalmente, esas medallas podrían estandarizarse en series, y estar sujetas a su propia reputación en el mercado. Las medallas, por tanto, no podrían influenciar directamente en el precio de la moneda del individuo, pero se podría contrastar cuantitativamente medallas más legendarias y exclusivas versus otras más banales.

Al haber dos clases de activos contables, intangibles y físicos, se usarían por ejemplo medallas para lo primero y copas para lo segundo. Entre ambas cosas, podríamos ver cosas como un diploma universitario, un coche o una vivienda, pero también cualquier cosa, como un libro antiguo, una reliquia, etc. Cada objeto debería estar ligado a algo similar a un NFT, y este NFT certificado por una entidad respetada (la universidad en cuestión para el diploma, el fabricante de automóviles para ese coche, etc). Una academia de idiomas podría certificar un idioma. El registro mercantil podría certificar la posesión de una empresa (para los emprendedores y directivos), y la CNMV podría certificar la posesión de acciones. Etc.

Adicionalmente, y para profundizar en la compenetración entre lo virtual y lo real, se podrían crear perfiles de colectivos, tales como dinastías familiares, de ciudades, de clubs, etc. Un individuo podría ligar su cuenta y su moneda personal a la de su familia, y si fuera una familia con prestigio, con fama de tener capacidad de acción, contactos, etc. el valor de su moneda subiría también. De igual forma, el hecho de vivir en una ciudad, o de participar en asociaciones y clubs determinados podría favorecerle al individuo el precio de su moneda en según que ambientes.

Pero también por otra parte, se podrían usar estas monedas para fortalecer economías locales del exterior: un municipio rural con una comunidad bien compenetrada podría decidir colectivamente que los alquileres y ventas inmobiliarias se deban pagar en la moneda del municipio, y por otro lado, que el municipio intercambie la moneda municipal a sus conciudadanos a un precio reducido, y a extranjeros a precio elevado, haciendo que con este diferencial, los extranjeros subvencionen la vivienda de los locales.

Otro punto: el surgimiento de monedas sectoriales. Serían monedas que únicamente se podrían usar para pagar un set determinado de cosas, como materiales de construcción, proyectos de infraestructuras, salarios, etc. Hoy por hoy usamos la misma moneda para todo, la moneda nacional, pero esto es altamente ineficiente. Hay algunos sectores de la economía con una capacidad productiva tremenda que podrían generar inmensos proyectos y beneficios, pero que necesitan cantidades de capital muy elevadas, y como la economía está interconectada y todo trasvasa, parte de un potencial efluvio monetario hacia según qué zonas acabaría afectando otras áreas económicas mucho más susceptibles a la inflación. Si se crea dinero ad hoc para ciertos tipos de proyectos, y se levanta el valor de esta nueva clase de dinero especial mediante pactos de confianza entre grandes instituciones vigilando su radio de acción, podremos tener proyectos económicos que persigan una compenetración milimétrica entre producción y financiación. 

Una vez explicado todo esto, también hay que explicar otro elemento de la próxima revolución monetaria: la solución de la inestabilidad del sistema monetario actual de libre flotación. El problema que asoló a los USA en el sistema Bretton Woods sigue operando: una civilización que posea la moneda reserva/base del resto del planeta, tenderá a usarla hasta distorsionar su valor, paradójicamente haciéndola inepta para seguir siendo un medidor fiable de estabilidad. Si esto puede pasar con cualquier moneda, la única solución también es paradójica: hay que inventarse una moneda común que por otra parte nadie pueda usar, para que su valor no se degrade. Sería una meta moneda, yo la llamo la moneda Lux, por ser luz pura, no ser un objeto. El objetivo sería una moneda luz en el centro del Forex, y partir de la premisa de que pase lo que pase su valor continuará siendo infinito/eternamente estable, con lo que todas los tipos de cambio orbitarían alrededor de la moneda Lux, que tendría un valor de 1 siempre.

Nadie podría tener una moneda lux porque esta moneda realmente no existiría, siendo simplemente una abstracción, un juego. Hoy por hoy, todas las monedas se van comparando con el dólar en el Forex, pero éste también va fluctuando, con lo que es difícil  estar al tanto intuitivamente de qué países están yendo bien y qué países no, si no eres un profesional de los mercados internacionales. Con la moneda Lux, se asentaría la jerarquía monetaria, puesto que sería mucho más fácil calcular y recordar los valores habituales de cada moneda depreciación de su valor en el Forex respecto a Lux (ejemplo, pasar de 2,44/1 a 2,78/1). Además de esto, habría que solventar otro problema conceptual: no solamente es posible que una moneda en particular esté inflándose demasiado: también podría pasar que literalmente el conjunto de todas las monedas de la humanidad estén inflándose de forma demasiado rápida respecto a la capacidad productiva de la humanidad.

Por tanto, también tendría que haber un tipo de cambio especial, alfa, consistente en lux/’cheques de lux’, para simular la confianza que el público tiene no para con la moneda lux, sino para con la capacidad del sistema actual de relacionarse de forma sana y no tramposa con esta moneda lux. Es decir: sería un tipo de cambio artificial, consistente en comparar la moneda Lux, con hipotéticos cheques de moneda Lux que hipotéticamente se podrían comprar (aunque ninguna institución humana tuviera la legitimidad o permiso para emitirlos). El objetivo de este tipo de cambio sería evidenciar la diferencia de confianza entre el deseo de que todo irá bien (moneda Lux, eternamente estable) versus las dudas sobre el sistema financiero (hipotéticos cheques de Lux y demanda fluctuante). En el mejor de los casos, el tipo de cambio sería 1/1, pero si los cheques se devaluaran, el tipo de cambio bajaría a 1/0.7, por ejemplo, siendo 0 valor nulo (probablemente nunca llegaría a 0 a menos que venga una invasión alienígena, o algo de este calibre). Todo este sistema monetario/red social/forex/criptomercado personalmente lo llamo Interlux.

Si emerge un sistema así, no hay que pensar que el nuevo ecosistema de monedas y sub monedas podrían sustituir del todo el dinero de uso corriente (como el euro). Esto es porque sería imposible navegar la vida cotidiana con miles de diferentes monedas coexistiendo y cambiando rápidamente de valor. Sería un caos, y habría muchas estafas. Por tanto, el dinero físico (billetes y monedas), seguiría siendo el de siempre. Pero este dinero líquido pasaría más bien a ser una plataforma conceptual de valor, no una moneda en sí misma. Es decir, que los billetes y monedas acabarían siendo usados por la ciudadanía con el conocimiento pleno de que estos objetos físicos tendrían un valor rígido respecto al valor cambiante de las monedas virtuales, y que según como podría ser perjudicial para el usuario tener billetes físicos y no un monedero virtual. 

Por otra parte, las fluctuaciones de valor no deberían tener mucho impacto en las escalas pequeñas con las que se suele operar normalmente a la hora de usar billetes y monedas. Además, conforme avanza la digitalización de la sociedad, cada vez se usa menos el dinero físico (en Escandinavia ya casi no se usa, por ejemplo). Pero es desaconsejable que deje de existir, puesto que siempre hay un aspecto informal en la vida cotidiana que se ve muy beneficiado por la presencia del dinero físico. Y también se podría argumentar que la mera presencia de este dinero físico actuaría como una barrera en contra de una aceleración inflacionista en el sector de las monedas virtuales: si el banco central persiste siempre en un mandato de imprimir para siempre billetes de entre 1 euro y 100 euros (por ejemplo), y jamás sucumbir a la opción de imprimir billetes con cifras mayores, esto actuaría de anclaje en el nivel de precios de todos los productos cotidianos en la hostelería o los supermercados. Al haber un set tan enorme de monedas virtuales subiendo o bajando de valor, los errores inflacionistas castigarían a los gestores de esas monedas malas en específico, y no arrastrarían a la sociedad en su conjunto. 

Por tanto, pasamos de un sistema en el que solo hay un tipo de dinero (la moneda de uso corriente), a uno trinitario, en el que hay tres tipos conceptuales de dinero: el dinero físico (el euro por ejemplo), destinado para operaciones informales y cotidianas, y para anclar el nivel de precios; el dinero virtual, dividido en incontables sub monedas y activos según la persona, el lugar, las credenciales, el sector productivo, etc. con el que la sociedad va calculando en tiempo real la cantidad de confianza existente en la sociedad; y el dinero estándar/meta/guía/abstracto (Lux), que nadie puede poseer pero que se usa de espejo para las monedas virtuales.

En resumen: a la derecha alfa le interesa un valor monetario inamovible para evitar burbujas de valor. A la juventud le interesa un terreno de juego más equitativo con el que competir contra el poder establecido, y la explosión de nuevas formas monetarias derivadas de la tecnología blockchain y derivados le viene como anillo al dedo, y a la izquierda femenina y comunitarista le interesa que el valor monetario se reparta de forma lo más transversal y localizada posible para que en todas partes la gente pueda vivir bien. Es decir, que un cambio así le compensa a todo el mundo. La sociedad moderna ha cambiado mucho en lo cultural, lo sexual y lo moral en las últimas décadas. Si la izquierda vuelve a mutar otra vez desde el clan de hembras a las cuadrillas de jóvenes, quizá sea posible que estemos ante una época con ganas de cambios técnicos y normativos, entre los que se sitúen, ante todo, cambios en el sistema monetario.

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